Marco Quiere un Gato

Marco vive con su tía Adela. Con ellos una tortuga, dos pececitos 
y muchas lombrices en las macetas del balcón.
Bastantes bichos para departamento chico, le dice Adela cada vez 
que él intenta convencerla de adoptar un gato.
La tía lo entiende: Marco está aburrido de ver a los peces cada tarde 
ondulando en la pecera y de observar cómo su tortuga come verduritas. 
Él no quiere un animal para mirar, como estos que tiene; quiere uno 
con quien jugar. Por otro lado, Marco también entiende a la tía Adela:
el departamento es diminuto y ella trabaja todo el día. Adela
no necesita más complicaciones...
Tía y sobrino son comprensivos. En eso se parecen. Pero son
tesoneros y cabezaduras, en eso también se parecen, así que ninguno
de los dos va a dar el brazo a torcer.

Como la tía Adela no está dispuesta a aumentar el número de
mascotas en la casa, busca sacar el máximo potencial de la fauna que
ya tienen. Primero, trata de entusiasmar a Marco con unas carreras
de lombrices. No lo consigue porque las lombrices de ese balcón son
muy rebeldes y reptan por cualquier lado menos por el caminito que
les arman. Así que intenta amaestrar a la tortuga. Cuando cree que va
logrando algo, a la tortuga se le ocurre ponerse a hibernar... Finalmente
decide enseñarles saltos ornamentales a los pececitos, y hasta les
fabrica un trampolín con un palito de helado. A Marco le da cierta
ternura ver a su tía haciendo la vertical frente a la pecera, pero aun así
no se conforma. Él quiere un gato.


Un día Marco ve el aviso de fumigación pegado en el ascensor del
edificio. Lee: “El próximo 4 de octubre la empresa Plagaflit procederá a
fumigar los departamentos de los señores copropietarios para controlar
la proliferación de insectos”.


Recuerda cuánto molestan a su tía Adela los insectos y todo bicho
que entre en su casa sin ser invitado. La imagen de Adela con los pelos
de punta, persiguiendo moscas y hormigas con chancletas y aerosoles
inspira a Marco: inmediatamente se le prende la lamparita y descubre la
fórmula para lograr su objetivo.

Materiales necesarios: un ratón y una vecina chismosa. A la
vecina la tiene en el piso de abajo: doña Nélida. Al ratón lo compra
en la juguetería: elige uno de peluche, tamaño natural. Le ata un hilo
tanza a la colita. Desde su balcón, lo desliza hacia el balcón de abajo,
Justo a la hora en que la vecina riega las plantas. Repite varias veces el
procedimiento hasta que doña Nélida deja caer la regadera y pega el
grito: ¡un ratón!




A la mañana siguiente ya todos los vecinos han sido alertados por
doña Nélida: hay ratones -muchos y grandes- en el edificio. Nélida
se ha ocupado también de divulgar la peligrosidad de este tipo de
roedores. Horror generalizado en el consorcio. La tía Adela no abre las
ventanas por tres días, llena los rincones de queso envenenado, compra
trampas para ratas en la ferretería. Pero igual, no duerme tranquila.
Marco comprende entonces que es el momento: pone su mejor cara de
angelito, y como si fuera una idea que se le acaba de ocurrir, pregunta
timidamente: tía Adela, ¿y si traemos un gato?

A Adela se le alisa la frente; siente que se le ha borrado la
preocupación de un plumazo: felino ahuyenta a roedor; un gato es la
natural y ecológica solución, lo ve con toda claridad. La tía está orgullosa
de la inteligencia de su sobrino, lo abraza contentisima, salta en un pie.
Y Marco sonríe feliz mientras empieza a pensar en nombres para el
morrongo que, muy pronto, va a compartir con él las tardes y la frazada.


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