De Tareas y Hermanos



En mi escuela nos dan tarea todos los días. Todos. No nos
salvamos nunca, ni los fines de semana ni los feriados. Estoy
en sexto grado y desde primero es la misma historia: después
de tomar la leche, desde las cinco hasta las seis y media,
a completar carpetas, a resolver cuentas, a copiar mapas. Una
pesadilla. Más, si al lado tenés un loro que no para de hablarte.

A Manuel, mi hermanito de cuatro años, le encanta acompañarme 
mientras hago la tarea. En cuanto ve que llevo la mochila a la cocina 
y empiezo a llenar la mesa con los cuadernos y los libros, viene con 
su caja de autitos. Se sienta y empieza a armar estacionamientos en 
un costado de la mesa. Yo lo dejo, con lacondición de que se quede 
callado (cosa difícil para Manu...).

Generalmente mamá no quiere que Manuel esté conmigo
mientras estudio porque dice que me distrae, pero el martes
pasado ella tenía que terminar un trabajo importante así que
se encerró con la computadora toda la tarde y me pidió que
yo hiciera los deberes y me encargara de mi hermano. Fue una
pésima idea. Manu estuvo especialmente parlanchín y se le ocurrió
relatar una carrera de autos mientras yo estudiaba para la prueba
de matemática. Me volvió loco: la voz chillona de mi hermanito
diciendo ochenta y cuatro veces por minuto: "presionante el
rojo, sale primero y gana esta carrera". Un rato le tuve paciencia;
después, le pedí silencio. Y nada... esa carrera era interminable. Le



grité y fue peor: vino mamá y me retó a mí. ¿Cómo iba a levantar
la nota de matemática si Manuel no me dejaba concentrar? Intenté
de todo: le ofrecí prestarle mi MP5, le prometí un chicle globo
(mamá no lo deja), lo amenacé con esconderle el Ben 10 que le
habían regalado para su cumpleaños (estuve cruel, pero ya no sabía
qué hacer); nada lo hacía cerrar la boca por más de tres segundos y
otra vez la voz chillona: "presionante victoria del rojo...".

Rojo de bronca estaba yo: por las operaciones con fracciones
que no me salían, pero sobre todo por el loro de Manu y su carrera
sin fin. En eso, levanté los ojos de la carpeta y me topé con el
calefón enorme. Como muchos de los aparatos que tenemos en
casa, está viejo y no funciona muy bien. Cuando usamos el agua
caliente, hace un ruido terrible. Me acordé de que cuando yo era


chiquito como Manu creía que ahí adentro vivía un dragón...
-Manu, ahí adentro vive un dragón que se enoja si vos hablás
mucho.
No parecía convencerlo y siguió con su bla bla sin
preocuparse. Entonces, abrí la canilla de agua caliente; la llama se
expandió y un gruñido de ogro empezó a salir del calefón (hacé
años que mamá dice que hay que hacerlo arreglar “urgente”).
Manu se dio vuelta.
—¿Ves? El dragón se enojó y está gritando.
Le mostré la ventanita del calefón por donde se veía una
furiosa llama anaranjada.
—Mirá, le sale fuego por la boca.
Los ojos de Manu se agrandaron y me miraban fijo. Yo me
reía por dentro.
-Bueno, ahora prometeme que te quedás callado para que el
dragón se duerma y no nos moleste.



Fue la solución. Así logré que la carrera se terminara y que
Manu se quedara en silencio jugando al museo de autos. Cerré la
canilla de agua caliente y, por fin, pude repasar tranquilo suma y
resta de fracciones para la prueba (me saqué Bien +).

Ayer durante la cena mamá comentó que el técnico del
calefón viene el próximo jueves. Lástima. Manu está preocupado
porque cree que el señor se va a pegar flor de susto cuando desarme
el aparato y se encuentre con el dragón. Y yo estoy preocupado
porque el calefón arreglado ya no va a hacer tanto ruido ni su
llama será tan exagerada... y voy a tener que pensar otra idea para
mantener a mi hermano callado mientras hago la tarea.

Ahora que me acuerdo, cuando yo era chiquito como Manu,
creía que la aspiradora podía tragarse todos mis juguetes... No, no
puedo ser tan malo. ¿O sí?







 

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